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EL VINAL - LEYENDA GUARANÍ
El vinal es un árbol conocido también con el nombre de visnal, algarrobo blanco y quilín. Es una especie que vive en la región central, norte y noroeste del país.
La característica más importante de esta planta es que en su vecindad sólo pueden crecer el cardón y el cardoncillo, pues las otras especies mueren al poco tiempo de nacer.
La razón de esta particularidad la da la siguiente leyenda guaraní:
Junto a sus padres vivía un indio de corta edad de sentimientos perversos y en cuyo corazón no había puesto Tupá virtud alguna. La tribu entera le tenía terror, pues jamás habían visto nada semejante.
Consultados los payés o hechiceros, poco tardaron en afirmar que Añá, el espíritu del mal, se había alojado en su cuerpo y que era menester curarlo expulsando a aquel.
Cuando se prestaban a ello, el pequeño se apartó unos pasos y consiguió dispararles unas flechas hiriéndolos mortalmente, hecho lo cual huyó velozmente hacia los montes vecinos.
No fue posible darle alcance porque cruzaba sin ningún inconveniente regiones inmensas cubiertas con cardones o matas espinosas, mientras sus perseguidores despedazaban sus carnes en ellos y tenían que retroceder.
Por último desapareció y un buen día, deshecho por el cansancio y el hambre, pereció.
Añá, que lo protegía, lo transformó en un árbol y le dio espinas y virtudes tales que en su proximidad todas las plantas perecen, salvo el cardón y el cardoncillo, que lo protegieron en su huida.
El vinal es un árbol conocido también con el nombre de visnal, algarrobo blanco y quilín. Es una especie que vive en la región central, norte y noroeste del país.
La característica más importante de esta planta es que en su vecindad sólo pueden crecer el cardón y el cardoncillo, pues las otras especies mueren al poco tiempo de nacer.
La razón de esta particularidad la da la siguiente leyenda guaraní:
Junto a sus padres vivía un indio de corta edad de sentimientos perversos y en cuyo corazón no había puesto Tupá virtud alguna. La tribu entera le tenía terror, pues jamás habían visto nada semejante.
Consultados los payés o hechiceros, poco tardaron en afirmar que Añá, el espíritu del mal, se había alojado en su cuerpo y que era menester curarlo expulsando a aquel.
Cuando se prestaban a ello, el pequeño se apartó unos pasos y consiguió dispararles unas flechas hiriéndolos mortalmente, hecho lo cual huyó velozmente hacia los montes vecinos.
No fue posible darle alcance porque cruzaba sin ningún inconveniente regiones inmensas cubiertas con cardones o matas espinosas, mientras sus perseguidores despedazaban sus carnes en ellos y tenían que retroceder.
Por último desapareció y un buen día, deshecho por el cansancio y el hambre, pereció.
Añá, que lo protegía, lo transformó en un árbol y le dio espinas y virtudes tales que en su proximidad todas las plantas perecen, salvo el cardón y el cardoncillo, que lo protegieron en su huida.