Rosa Molina de Salpeter
La dentista de la "Vieja Formosa"
Por: Azucena Salpeter
Rosa Molina de Salpeter, tucumana ella, nació el 27de noviembre de 1902, pero sin dudas, era mujer del siglo XXI.
Se recibió de odontóloga en la Universidad Nacional de Córdoba siendo además, primera violinista de esa Universidad.
Apenas recibida, se presentó al gobernador de Tucumán para pedirle trabajo, según sus propias palabras; “soy hija dilecta de esta provincia y quiero trabajar para el progreso” e inmediatamente fue nombrada en el Hospital Ferroviario.
Bailarina de tango y charleston, ganó todos los concursos del pago.
Manejó (sin saber manejar) un Buick convertible 1929 que por supuesto lo terminó estrellando contra un árbol en el Parque 9 de Julio.
Se recibió de odontóloga en la Universidad Nacional de Córdoba siendo además, primera violinista de esa Universidad.
Apenas recibida, se presentó al gobernador de Tucumán para pedirle trabajo, según sus propias palabras; “soy hija dilecta de esta provincia y quiero trabajar para el progreso” e inmediatamente fue nombrada en el Hospital Ferroviario.
Bailarina de tango y charleston, ganó todos los concursos del pago.
Manejó (sin saber manejar) un Buick convertible 1929 que por supuesto lo terminó estrellando contra un árbol en el Parque 9 de Julio.
En 1936 se casó con el gringo Mario y fueron de luna de miel a San Antonio de los Cobres, en Salta. Antes de regresar a Tucumán, se les ocurrió conocer Formosa.
Fueron, pero cuando llegaron a Formosa el trencito de trocha angosta tuvo algún desperfecto y demoró más de la cuenta en regresar a Salta. Tras recorrer el pueblo saltando zanjones, entre polkas y ranas, decidieron quedarse.Pidieron por telégrafo que les mandaran el consultorio desde Tucumán, alquilaron una casa en la esquina de Belgrano y Maipú y colgaron el cartel de DENTISTA.
Fueron, pero cuando llegaron a Formosa el trencito de trocha angosta tuvo algún desperfecto y demoró más de la cuenta en regresar a Salta. Tras recorrer el pueblo saltando zanjones, entre polkas y ranas, decidieron quedarse.Pidieron por telégrafo que les mandaran el consultorio desde Tucumán, alquilaron una casa en la esquina de Belgrano y Maipú y colgaron el cartel de DENTISTA.
Con la madera del embalaje mi padre hizo la mesa familiar, es decir, se establecieron. A pesar del paludismo, alguna que otra víbora o araña pollito, allí empezó a trabajar mi madre.
Al poco tiempo, mi padre construyó la casa de Maipú 156 donde nacimos mi hermana y yo y donde funcionó a pleno el consultorio.
Con la madera del embalaje mi padre hizo la mesa familiar, es decir, se establecieron. A pesar del paludismo, alguna que otra víbora o araña pollito, allí empezó a trabajar mi madre.
Al poco tiempo, mi padre construyó la casa de Maipú 156 donde nacimos mi hermana y yo y donde funcionó a pleno el consultorio.
Con la madera del embalaje mi padre hizo la mesa familiar, es decir, se establecieron. A pesar del paludismo, alguna que otra víbora o araña pollito, allí empezó a trabajar mi madre.
Al poco tiempo, mi padre construyó la casa de Maipú 156 donde nacimos mi hermana y yo y donde funcionó a pleno el consultorio.
Muy buena amazona, por esos días salía a cabalgar con mi padre y en más de una ocasión fue a atender algún caso de urgencia a domicilio. Recuerdo que en su valijita de primeros auxilios en donde llevaba el instrumental, siempre había una ampolla de suero antiofídico, por las dudas.
Muy buena amazona, por esos días salía a cabalgar con mi padre y en más de una ocasión fue a atender algún caso de urgencia a domicilio. Recuerdo que en su valijita de primeros auxilios en donde llevaba el instrumental, siempre había una ampolla de suero antiofídico, por las dudas.
Al consultorio venían hombres, mujeres y niños. Las monjas y pupilas del Colegio Santa Isabel, gente de Herradura, Misión Laishí, colonia Guaycoléc, Monte Lindo, Riacho de oro, el Bajo.
La cola de pacientes llegaba a la esquina. “Andá a lo de doña Rosa que te arregla las muelas sin dolor”, decía la gente.
Mi madre trabajaba sin aire acondicionado, por supuesto, sin secretaria ni asistente. Con un enorme reflector que le irritaba los ojos (le traían grasa de dorado para que se pusiera sobre los párpados), sin guantes descartables ni barbijo –las manos lastimadas por tanto cepillo y alcohol-, las rodillas doloridas de tanto darle al torno a pedal.
De pie, horas y horas, en tacos altos y a veces parada sobre un banquito para las extracciones.
Cuántas caras hinchadas vi en mi infancia, cuántos timbrazos a la madrugada porque alguien no soportaba el dolor, y ella siempre dispuesta, solucionando todos los problemas, desde una hemorragia nasal hasta la extracción de una espina de pescado en la tráquea.
Entre sus amigos había funcionarios, comerciantes, profesionales, hasta el mismísimo Dr. González Lelong, quien me regaló una muñequita porque le tenía miedo (su consultorio funcionaba en la planta alta de España esquina Rivadavia).
La cola de pacientes llegaba a la esquina. “Andá a lo de doña Rosa que te arregla las muelas sin dolor”, decía la gente.
Mi madre trabajaba sin aire acondicionado, por supuesto, sin secretaria ni asistente. Con un enorme reflector que le irritaba los ojos (le traían grasa de dorado para que se pusiera sobre los párpados), sin guantes descartables ni barbijo –las manos lastimadas por tanto cepillo y alcohol-, las rodillas doloridas de tanto darle al torno a pedal.
De pie, horas y horas, en tacos altos y a veces parada sobre un banquito para las extracciones.
Cuántas caras hinchadas vi en mi infancia, cuántos timbrazos a la madrugada porque alguien no soportaba el dolor, y ella siempre dispuesta, solucionando todos los problemas, desde una hemorragia nasal hasta la extracción de una espina de pescado en la tráquea.
Entre sus amigos había funcionarios, comerciantes, profesionales, hasta el mismísimo Dr. González Lelong, quien me regaló una muñequita porque le tenía miedo (su consultorio funcionaba en la planta alta de España esquina Rivadavia).
Alrededor de 1950 mi padre (que además de ser mecánico dental era maestro mayor de obras) construyó la casa de dos pisos en Belgrano esquina Pringles. Allí el consultorio era más amplio y había un ventilador, mejor luz, cortinas metálicas para los mosquitos.
Mi padre instaló su laboratorio al lado del consultorio y Formosa se llenó de sonrisas con las dentaduras postizas de Doña Rosita.
Si bien no hay una calle que lleve su nombre, ella está en la calle del recuerdo como la formoseña por adopción y la mujer universal que hizo realidad sus propios dichos: “Cómo no se va a poder, mi hijita, todo se puede…”
Con el mismo espíritu un día dejó Formosa para que sus hijas siguieran una carrera universitaria en la ciudad de La Plata.
Azucena Salpeter
Mi padre instaló su laboratorio al lado del consultorio y Formosa se llenó de sonrisas con las dentaduras postizas de Doña Rosita.
Si bien no hay una calle que lleve su nombre, ella está en la calle del recuerdo como la formoseña por adopción y la mujer universal que hizo realidad sus propios dichos: “Cómo no se va a poder, mi hijita, todo se puede…”
Con el mismo espíritu un día dejó Formosa para que sus hijas siguieran una carrera universitaria en la ciudad de La Plata.
Azucena Salpeter